Los días son como las páginas de un libro: escritas por otro, te dedicas a leerlas a veces con intriga e interés, otras con un indescriptible sopor; sea como fuere, el único sentido de la página actual es pasar a la siguiente, con avidez en ambos casos (por seguir disfrutando en el primero, por ver si hay esperanza de cambio en el segundo) hasta que el libro se acaba.
Cuando esas hojas te atrapan y te abofetean el rostro con unas letras que la velocidad y la escasez de distancia hasta tus ojos no te permten leer, más vale que venga alguien a salvarte, sin importar que sea el ángel de la guarda, el Hombre Opaco o el mismísimo Capitán Badajoz.
Cuando esas hojas te atrapan y te abofetean el rostro con unas letras que la velocidad y la escasez de distancia hasta tus ojos no te permten leer, más vale que venga alguien a salvarte, sin importar que sea el ángel de la guarda, el Hombre Opaco o el mismísimo Capitán Badajoz.
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