San Fratello y Maierato, los pueblos italianos bajo seria amenaza de desaparición, junto con una intensiva ingesta del 25 Otoños de Arma X (vídeo de Sr. Paraguas al final del post), me han hecho recordar una noticia mucho más lejana en el tiempo y cercana en el espacio (qué gran duda la del Guardia Civil de Airbag). Las protagonistas de la historia son Mina Dominica, Grupo Dos Amigos, La Benita, Grupo Pomar, La Mala, Grupo Vanguardia y La Catalana.
Alguien pensará en el efecto mariposa, en un coleóptero tibetano con Parkinson en las alas. No seamos tan modernos; piénsese mejor que, en el Cantábrico, llueve. Que los tableros de madera, algunos con más de cien años, se empapan. Y que las piscinas están muy bien, pero si son subterráneas y la estructura que las mantiene tan endeble, aquello deja de ser divertido.
Es el pueblo de mi madre, porque yo ya nací en Logroño. Pero aprendí a hablar allí: no hace demasiado tiempo (¿un lustro, quizá?) seguía teniendo serias dificultades para usar con naturalidad palabras como salpicar; me resultaba incómodo el pretérito perfecto compuesto (menuda pérdida de tiempo); o esa perífrasis verbal “hacerse daño”. Economía lingüística: “mancarse” es mucho más práctico y parece menos doloroso, aunque jode igual.
Aprendí también de una navidad en la que todas las carreteras de la cuenca estaban cortadas por barricadas ardiendo. Una de tantas veces, pero ésta me tocó allí, con su “muerto accidental” incluido. Siempre había uno con la mala suerte de llevarse un pelotazo de goma en la sien, siempre de rebote. Mala suerte. Algo estaba muriendo y luchaba por evitarlo. Creo que perdió.
Me empapé de lecturas sobre Octubre del 34. Y seguí escuchando a mi abuela cuando hablaba del 37, hasta que la memoria se le diluyó inexorablemente y sin solución, igual que se diluyen las montañas que la rodean.
Hace un par de inviernos la amenaza comenzó a dar muestras de ir en serio, y se llevó por delante parte de mis recuerdos de infancia. Metros de montaña se desplomaron tras unas lluvias que hoy harían reír a cualquier jerezano.
Hay algo cruel y absoluto en toda esta desaparición. Primero despojó a un pueblo de su prosperidad, poco a poco le robó su población para espantarla de allí o dejarla morir tras prolongada agonía, mutiló su espíritu y finalmente, borra, está en ello, toda huella de su existencia. Un auténtico plan maestro para dejarnos huérfanos.
PD: Este fin de semana me echaron la bronca por no poner en el blog más que señalizaciones de obras teutonas y posts absurdos sobre el Sporting. Es cierto. Hago caso, pues, a quienes bien me quieren y por ello me aconsejan. Las obras seguirán sin señalizar. Que no soy tan cabrito. Eso sí, si caéis en una zanja, miraré para otro lado.
Boca de la mina La Catalana, Sta. Cruz de Mieres (www.santacruzdemieres.com)
Restos del Grupo Dos Amigos
Restos del Grupo Dos Amigos
Y es que, hace por lo menos quince años, un estudio de peritaje concluyó que Santa Cruz de Mieres [web aquí o aquí] (como muchos otros pueblos de Mieres, Lena, Aller, Langreo, Riosa…) tenía aproximadamente el 85% de sus edificios apuntalados sobre la nada, el vacío: se cimentan en minas de carbón con galerías sostenidas por listones de madera. En la universidad, a esto mi profesor de Regulación Automática lo llamaba un sistema en equilibrio inestable. Y a esos sistemas lo que les suele pasar es que la menor tontería los desestabiliza y los manda a tomar por saco.
Alguien pensará en el efecto mariposa, en un coleóptero tibetano con Parkinson en las alas. No seamos tan modernos; piénsese mejor que, en el Cantábrico, llueve. Que los tableros de madera, algunos con más de cien años, se empapan. Y que las piscinas están muy bien, pero si son subterráneas y la estructura que las mantiene tan endeble, aquello deja de ser divertido.
Es el pueblo de mi madre, porque yo ya nací en Logroño. Pero aprendí a hablar allí: no hace demasiado tiempo (¿un lustro, quizá?) seguía teniendo serias dificultades para usar con naturalidad palabras como salpicar; me resultaba incómodo el pretérito perfecto compuesto (menuda pérdida de tiempo); o esa perífrasis verbal “hacerse daño”. Economía lingüística: “mancarse” es mucho más práctico y parece menos doloroso, aunque jode igual.
Aprendí también de una navidad en la que todas las carreteras de la cuenca estaban cortadas por barricadas ardiendo. Una de tantas veces, pero ésta me tocó allí, con su “muerto accidental” incluido. Siempre había uno con la mala suerte de llevarse un pelotazo de goma en la sien, siempre de rebote. Mala suerte. Algo estaba muriendo y luchaba por evitarlo. Creo que perdió.
Me empapé de lecturas sobre Octubre del 34. Y seguí escuchando a mi abuela cuando hablaba del 37, hasta que la memoria se le diluyó inexorablemente y sin solución, igual que se diluyen las montañas que la rodean.
Hace un par de inviernos la amenaza comenzó a dar muestras de ir en serio, y se llevó por delante parte de mis recuerdos de infancia. Metros de montaña se desplomaron tras unas lluvias que hoy harían reír a cualquier jerezano.
Hay algo cruel y absoluto en toda esta desaparición. Primero despojó a un pueblo de su prosperidad, poco a poco le robó su población para espantarla de allí o dejarla morir tras prolongada agonía, mutiló su espíritu y finalmente, borra, está en ello, toda huella de su existencia. Un auténtico plan maestro para dejarnos huérfanos.
PD: Este fin de semana me echaron la bronca por no poner en el blog más que señalizaciones de obras teutonas y posts absurdos sobre el Sporting. Es cierto. Hago caso, pues, a quienes bien me quieren y por ello me aconsejan. Las obras seguirán sin señalizar. Que no soy tan cabrito. Eso sí, si caéis en una zanja, miraré para otro lado.