El soldado Abraham Spitkovski vio llegar a los prisioneros tan pronto cesó el bombardeo. Levantándose de su zanja de tirador cuando los “hurras” de sus camaradas anunciaron que se lanzaban a la carga, se precipitó a través de la nieve hacia centenares de figuras negras que se dirigían hacia él con los brazos levantados por encima de la cabeza. Acá y allá, a su lado, los soldados rusos disparaban a ciegas contra las rotas filas. Cuando Spitkovski pensó en las semanas y meses de andar de acá para allá, de arrastrarse entre cadáveres, y de ir cargado de piojos, también él levantó su metralleta y disparó largas ráfagas contra aquellas columnas.
Al detenerse Spitkovski para volver a cargar su metralleta, contempló las filas de hombres muertos y se quedó completamente impasible.
1 comentario:
qué hijo de puta
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